
El caminante se levantó de nuevo para iniciar su jornada. Los primeros pasos, conscientes y firmes, le llevaron hasta el primer pueblo del camino. A su paso por una de las estrechas calles, se encontró con una vieja librería. En su escaparate, casi escondido, un libro le llamó la atención. Parecía de segunda mano, descolorido por los rayos de sol que entraban por la ventana. «La ciencia de hacerse rico».
Lo recordaba con cariño. Había leído sus páginas en el pasado tratando de aprender esa ciencia que se narraba en el libro. En aquel entonces no lo había conseguido, pero decidió comprarlo y darle otra oportunidad. Ahora, con una nueva mentalidad y mayor claridad, estaba listo para comprender lo que antes se le escapaba. El conocimiento, como el camino, se recorre en etapas.
Los primeros días de su estudio fueron reveladores. Cada página reforzaba su compromiso con la acción, recordándole que la riqueza, como cualquier otra transformación, es una construcción constante. Tomó notas, reflexionó sobre sus propios bloqueos y aplicó las enseñanzas con disciplina. No siempre fue fácil. Hubo momentos de duda, preguntas sin respuesta inmediata, pero en lugar de detenerse, avanzó con la certeza de que todo aprendizaje requiere paciencia.
Mientras tanto, su cuerpo seguía fortaleciéndose. El programa de entrenamiento para correr cinco kilómetros había dejado de ser solo un desafío físico; ahora era una práctica de resistencia mental. Cada carrera le enseñaba a superar la fatiga, a enfocarse en el siguiente paso y a confiar en su propio progreso. Había días en los que sentía que su velocidad no aumentaba, que sus piernas pesaban más de lo habitual, pero recordaba que no siempre se trata de correr más rápido, sino de seguir en movimiento.
En el aspecto financiero, comenzó a construir los cimientos de su libertad. Refinó su plan de ahorro, ajustó su estrategia y estudió nuevas formas de optimizar sus ingresos. Cada pequeña acción, desde registrar gastos hasta visualizar los beneficios de sus futuros proyectos, le daba una sensación de control y dirección. El dinero, comprendió, es una energía que fluye cuando se administra con inteligencia y propósito.
Y en su camino, como siempre, estaban Thor y Bella. Sus momentos con ellos le recordaban la importancia de las pausas, de la compañía desinteresada y del amor puro que no exige nada a cambio. Acariciar a Bella, ver a Thor correr con entusiasmo, le conectaba con lo esencial: la simple alegría de estar presente. El caminante sabía que no todos los días traían respuestas claras ni avances evidentes. Pero también entendía que el arte de caminar no está en la prisa, sino en la constancia. Con el libro en su mochila, la mente enfocada y el corazón firme, siguió adelante. Porque el sendero siempre recompensa a quien persiste.
